Las Meninas Las Meninas es uno de los cuadros más famosos de Diego Velázquez. Se trata de un óleo sobre lienzo que mide 320,5 x 281,5 cm y su nombre inicial, y oficial, era el de La familia de Felipe IV. El autor nunca le puso el nombre de Las meninas, sino que la denominación popular acabó siendo su nombre más conocido. La palabra meninas hace referencia a las niñas de familias nobles que entraban en palacio a servir a la reina o a sus hijos. En el cuadro aparecen dos damas de honor y de ahí salió el nombre con el que todo el mundo conoce a esta obra de Velázquez.
Las meninas fue pintado en 1656, muestra una habitación del Real Alcázar de Madrid. En dicha sala aparece la infanta Margarita Teresa de Austria (1651-1673), hija de Felipe IV de España y Mariana de Austria. Es el personaje central y está rodeado de su séquito y el propio Velázquez, pintando en el gran lienzo. Según identificó el tratadista Antonio Palomino en su análisis de este cuadro (1724), los personajes principales que acompañan a la hija de los reyes son servidores de palacio.
Junto a la infanta se encuentran doña María Agustina Sarmiento, a la izquierda, y doña Isabel de Velasco, a la derecha. Son las dos meninas de la reina. Pero también vemos al propio pintor Velázquez trabajar ante un gran lienzo; a la enana y dama de corte Mari Bárbola y el servidor de palacio Nicolasito Pertusato, con un mastín; detrás de ellos, a la dama de honor doña Marcela de Ulloa, junto a un guardadamas; y, al fondo, tras la puerta, asoma José Nieto, aposentador. En el fondo, hay un elemento decorativo, un espejo, que refleja la imagen del rey Felipe IV y la reina Mariana de Austria, los padres de la infanta, sugiriendo que están fuera del cuadro y mostrándose como simples espectadores. La presencia del pintor en el propio cuadro, así como los reyes de fondo, rompen las convenciones tradicionales del retrato y añaden una dimensión meta-referencial a la obra.
El aguador de Sevilla El protagonista de la pintura es un viejo aguador, oficio que consistía en ir de un lado a otro vendiendo agua potable.
Lo mejor de esta pintura son sin lugar a dudas los detalles, especialmente de los objetos o cacharros: la copa de cristal fino, la gigante ánfora que sostiene el anciano aguador, ánfora que parece salirse del cuadro, y que asombra por el realismo y como Velázquez se ha recreado para pintar los detalles: no sólo dibuja a la perfección las marcas que ha dejado el torno al tratarse de una pieza de cerámica, también añade algunas gotitas de agua, que rezuman y se salen del interior, cayendo o resbalando lentamente por el ánfora, dejando un rastro húmedo que no tardará en secarse. Sin embargo, Velázquez se molesta en recrear ese instante.